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Los números de la resistencia en Estados Unidos

Artículo de Francisco Abundis publicado en Milenio

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La marcha del sábado pasado en Estados Unidos es un fenómeno a analizar más allá de lo visual, de los testimonios, de la asistencia o de las ciudades en las que se llevó a cabo. Se estima que asistieron por lo menos 7 millones de personas en cerca de 2,600 ciudades o localidades de todo el país. El incremento en el número de asistentes es sustancial comparado con la convocatoría anterior de hace 4 meses (junio) en el que se calculó la asistencia de alrededor de 4 millones de personas.

El motivo central de la marcha (No Kings) fue la defensa de la democracia y el rechazo de acciones autoritarias, o de concentración de poder; así como la defensa de derechos humanos en general y de inmigrantes en particular. En algunas ciudades las expresiones fueron más específicas como el rechazo al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, ICE –en Chicago por ejemplo se estima que hubo más de 100 mil manifestantes–. Si bien las expresiones de protesta compartían un factor común también tuvieron temáticas diversas. La cobertura de algunos diarios o agencias de noticias como Reuters o The Guardian reflejaron bien esa variedad.  

Un día antes de la marcha, YouGov, una empresa de investigación británica que opera en Europa, Estados Unidos y más 50 países, realizó una encuesta para medir el estado de la opinión en nuestro vecino del norte. Su sistema de panel de entrevistas que realiza con muestras no probabilísticas (es decir no todo mundo tiene la misma oportunidad de ser seleccionado) ha sido bastante innovador y eficaz. Su metodología es transparente y accesible. YouGov se fundó en el año 2000 y opera en Estados Unidos desde 2006.

La medición realizada por YouGov ofrece datos muy esclarecedores sobre las percepciones de los ciudadanos estadounidenses en torno a Donald Trump y el funcionamiento de la democracia en su país. Con una muestra de 9,959 adultos, el estudio aborda el tema de manera inusual y pregunta de manera abierta sobre la posibilidad de que Trump sea “rey” de Estados Unidos.  El diagnóstico incluye preguntas más tradicionales sobre la satisfacción con el sistema democrático, motivo de la marcha.

Los resultados agregados son reveladores: un 7% de los encuestados considera que Donald Trump debería ser el “rey” de Estados Unidos, mientras que un 85% rechaza tajantemente la idea. La cifra puede parecer baja, pero en términos absolutos implica millones de personas dispuestas a aceptar una figura autoritaria o simbólicamente monárquica al frente del país. Un 8% adicional se declara indeciso, lo que significa que por absurdo que parezca, hay espacio para la ambigüedad. Entre ambas categorías estamos hablando de un 15 por ciento de los adultos de nuestro vecino del norte: más de 30 millones de ciudadanos.

Uno de los datos demográficos en los que se observa mayor diferencia en las opiniones es la edad. En términos de edad, los más jóvenes (18 a 29 años) son los que más simpatizan con la idea monárquica (10%), aunque también los más propensos a mostrarse “no seguros” (14%). Entre los mayores de 65 años, solo un 4% apoya la noción de un Trump monárquico, y un abrumador 93% la rechaza.

En lo que se refiere a las percepciones sobre las ambiciones personales del Presidente los resultados se invierten: el 52% de los estadounidenses cree que Donald Trump sí desea ser el “rey” de Estados Unidos. Es decir, más de la mitad del país percibe en él un deseo de poder absoluto o una tendencia autoritaria. Una tercera parte (36%) no comparte esa visión.

Las diferencias y divisiones políticas son evidentes. Entre los demócratas, el 84% cree que Trump desea ese papel, frente a solo el 19% de los republicanos. En el electorado independiente, la percepción también se inclina hacia esa idea (55%). Por género, las mujeres son más propensas a pensar que Su presidente quiere ser “rey” (55%) que los hombres (49%), probablemente debido a las controversias de género que han acompañado a Trump desde su llegada al poder.

Probablemente el dato más revelador de la medición es que solo un 31% de los estadounidenses dice estar satisfecho con el funcionamiento de la democracia, mientras que un 57% expresa algún grado de insatisfacción. Entre ellos, el 35% se declara ‘completamente insatisfecho’, una proporción que habla de un desencanto estructural.

La insatisfacción es mayor entre los votantes demócratas (56%), aunque también es alta entre los independientes (38%). Los republicanos, por su parte, muestran niveles de satisfacción mayores, con un 39% que se declara “algo satisfecho” o “completamente satisfecho”.

En términos demográficos, la insatisfacción es generalizada. Los más jóvenes son los más críticos: un 25% de los menores de 30 años se declara completamente insatisfecho, frente a un 39% entre los mayores de 65 años. Las diferencias raciales son menos marcadas, aunque la población blanca muestra un nivel de insatisfacción ligeramente superior (35%) en comparación con otros grupos (30% en promedio).

Este tipo de estudios, revelan que el problema no es solo Trump, sino un clima de desafección independientemente de la filiación política o de la edad. La democracia estadounidense parece estable en sus instituciones, pero frágil en su legitimidad social.

Ahora bien, una lectura más política o estratégica para los demócratas podría ser más bien optimista. Hay que recordar que en la elección de 2020 en la que ganó el expresidente Biden el tema más importante que movilizó a su electorado fue la preocupación por la “democracia”. Este tema ahora parece preocupar no sólo a los demócratas sino también a los votantes independientes.

Como sucede frecuentemente con este tipo de movilizaciones o movimientos la pregunta es cómo se convierten estos números en una resistencia eficaz. La elección intermedia que podría cambiar la composición del congreso será hasta dentro de un año, noviembre de 2026. Los consultores demócratas tienen tiempo de pensar como convertir estos números de ciudadanos en las calles y diagnósticos de opinión pública en una estrategia que pueda representar un cambio de timón en su país.

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