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Mediciones preelectorales en Estados Unidos: ¿Erróneas o imprecisas?

Nuevamente las encuestas han sido cuestionadas por su papel en la reciente elección en Estados Unidos. La mayor parte de los análisis han sido apresurados y sin mucha evidencia. Al parecer más con ganas de juzgar que de analizar o entender, como suele pasar frecuentemente con las mediciones preelectorales. En Estados Unidos esto no es la excepción, y en nuestro país pasa prácticamente en cualquier elección.

Es importante destacar la dificultad o reto que existe en Estados Unidos para poder estimar el resultado de la elección presidencial. No basta con que el ganador en el voto popular sea bien diagnosticado. En Estados Unidos hay que hacer mediciones en 50 Estados para poder determinar un probable ganador. Es cierto que sólo en 10 estados existe incertidumbre sobre el probable ganador, en el resto de los estados el resultado es predecible.

Igual que hace cuatro años, las encuestas preelectorales anunciaban una victoria demócrata, en esa ocasión con la candidata a la presidencia Hilary Clinton. Es interesante que un evento que pasó con el gremio del vecino país del norte puede tener repercusiones en nuestro país o en cualquier otro donde se realice investigación con este método. Por ello vale la pena reflexionar sobre el tema, sus causas y sus lecciones. Esta “crisis” de las mediciones preelectorales se puede comprender por lo menos en tres dimensiones: por las expectativas no cumplidas, las explicaciones de lo que puede haber sucedido y los posibles aprendizajes de esta elección.

Las expectativas no cumplidas

Después de una exhaustiva revisión metodológica de los encuestadores –o “pollsters”, como se les conoce en Estados Unidos– se corregirían los errores del 2016. Parte del diagnóstico era que se debía de haber ponderado por escolaridad, raza, género, entre otros demográficos. El resultado de esas correcciones parece que no fue suficiente a juzgar por el resultado. Por ello la percepción de fracaso parece que se magnifica después de la elección de 2016.

Las concentradoras de encuestas también han pasado a ser cuestionadas. Los consumidores de la información no lo han observado claramente, pero la mayor parte de los diagnósticos son de concentradoras y no directamente de los “pollsters”. La forma de presentar resultados en términos de probabilidades es puesta en duda por su forma de comunicar. Uno de los sitios más importantes daba 88 contra 12 por ciento de probabilidades a Biden como ganador sobre Trump. Esta forma de reportar parece muy confusa al público en general.

Por otra parte, otra de la crítica se sustenta por la forma en que seleccionan su información. No discrimina mucho por calidad de las encuestas que se publican y a su vez que promedia. Clasificarlas u ordenarlas por su sesgo partidista al parecer no es suficiente. Para la elección Presidencial de 2016, por ejemplo, se tomaron en cuenta 538 mediciones de alrededor de 70 firmas. Más de la mitad de ellas no publica más que en periodos electorales por propósitos publicitarios más que con la intención de aportar a la discusión pública. Es decir, su calidad es dudosa. 

Otro elemento que generó un problema de percepción es algo que podríamos llamar “la visión del perdedor”. Este es un fenómeno que conocimos bien en México en el periodo post electoral de la elección de 2012. Los políticos lo usan para justificar su derrota y los medios de comunicación lo magnifican por ignorancia o conveniencia. En este tema, el PewResearch documentó que en realidad cuando el ciudadano asume que hay un ganador claro, los electores dejan de salir a votar porque saben que el peso específico de su voto es menor, lo cual le da una gran posibilidad al retador. Esto sucedió en 2016 en Estados Unidos y parece una explicación muy plausible de porqué se cerraron las elecciones en México en 2012. Este argumento refuta lo que dijo Trump y Fox News en esta elección o lo que dijo el candidato López Obrador y la prensa en México en 2012.

El reporte de la noche electoral fue sin duda otro elemento que generó confusión. Las cadenas televisivas no distinguían de manera clara si los estados estaban reportando los votos del día de la elección o los votos emitidos por correo. Al final del día supimos lo que ya se preveía: los republicanos dominarían durante el día o la noche de la elección, hasta que no se contaran los votos por correo de los demócratas.

Al final la pregunta fundamental es si las mediciones preelectorales erraron o sólo fueron imprecisas. Por la evidencia que tenemos hasta ahora fueron más bien imprecisas, pero tuvieron el ganador correcto. Salvo en el estado de Florida, donde dieron ganador a Biden y terminó ganando Trump en el resto de los Estados dieron un ganador correcto.

Las causales hipotéticas

De acuerdo con el reporte de la encuesta de salida del Washington Post la volatilidad de la última semana favoreció a los republicanos. Los electores que se definieron al final prefirieron a Donald Trump. Este cambio en la preferencia electoral explicaría en alguna parte la diferencia.

Otra explicación se remite a la predisposición de la población para responder encuestas de manera diferenciada. David Shor, uno de los “pollsters” demócratas más analíticos, argumenta que no se pudo capturar el voto anti sistémico a favor de Trump, porque sus seguidores rechazaban las encuestas. Los votantes republicanos confían menos en las instituciones. En general sus niveles de confianza son más bajos. Los demócratas por otra parte tienen niveles de confianza más altos, por ello estaban sobre representados en las mediciones preelectorales.

Una alternativa a esta explicación, pero con la misma conclusión es que por actividad los demócratas tienen en mayor proporción trabajos de “cuello blanco”, es decir, pueden trabajar en casa u oficina, y por ello responder más fácil llamadas telefónicas. Los republicanos son trabajadores de “cuello azul” y por las labores propias del trabajo no pueden responder llamadas o están fuera de casa. Por ello las mediciones sobre estimaban a los demócratas.

Finalmente, una causal que argumenta por la razón de voto. El fenómeno puede ser más común de lo que están dispuestos a reconocer muchos analistas, tal vez por obvio o por ser lugar común. Se advirtió sobre el peligro de este razonamiento antes de la elección. Se llama “voto de bolsillo” (pocket vote). Una de las variables más importantes en cada decisión electoral es la situación económica en el momento de la elección. De todos los rubros evaluados la gestión económica era el único donde Trump estaba por arriba de Biden. El Presidente tenía uno de los mejores récords en este renglón comparado incluso con presidencias anteriores.

Es decir, los electores podrían haber votado por Trump a pesar de Trump. No obstante que fuese el Presidentes con imagen más negativa en el momento de su reelección o una aprobación históricamente baja, su gestión económica justificaba su preferencia.

Las lecciones

Finalmente, en lo que se refiere a las lecciones o aprendizajes se puede concluir que la ponderación por segmentos demográficos no es suficiente para corregir las preferencias de los ciudadanos o del electorado. Es preciso modelar con variables psicográficas. Hacer promedios no es suficiente para explicar la complejidad del elector como lo hacen las concentradoras.

El problema es que cada elección requiere un modelo único. Incluso dentro de la misma elección el mismo modelo puede ofrecer resultados distintos. Tal vez el mayor reto para los investigadores es como llegar a un modelo genérico que funcione para todas las elecciones. Por lo menos los que suceden de manera simultánea.

Articulo publicado en Milenio

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