Texto de Francisco Abundis publicado en Milenio
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El debate está sobre valorado. Es comprensible que haya mucha expectativa sobre lo que allí sucede y sus probables consecuencias. Sin embargo, tanto la evidencia como la literatura sobre el tema nos llevan a conclusiones distintas.
Quiero referirme a algunos de estos mitos que se han generado sobre todo a partir de las expectativas, más allá de la evidencia. Ya sea porque no tienen sustento en la literatura académica o en la práctica de la consultoría. Están más bien basados en lo que se quisiera obtener o se está esperando.
Mito 1. El debate va a hacer que los indecisos se definan. Lo que sabemos es que en realidad la mayor parte de los indecisos son abstencionistas. Es decir es un ciudadano que no se interesa mucho en la elección, a diferencia de lo que argumentan o esperan algunos analistas. Los abstencionistas no ven el debate.
Mito 2. En el debate se puede dar un golpe tan decisivo que puede llevar al nocaut de alguno de los candidatos. En la historia de los debates presidenciales sabemos que los efectos son marginales y los golpes fatales o la posibilidad de noquear a alguien en un debate es muy baja.
Mito 3. Los debates pueden cambiar una tendencia electoral de manera súbita. Aquellos que atienden el debate en realidad ya tienen sus preferencias definidas. Por lo tanto, aquellos que lo ven en tiempo real es difícil que cambien su preferencia electoral.
Mito 4. Los debates gozan de grandes audiencias y el electorado está atento al evento. La audiencia fue de 11.8 millones. Casi audiencia récord para un debate presidencial, sin embargo, poco más de 10 por ciento del electorado. Aquellos ciudadanos que ven el debate son ciudadanos que ya tienen definida su preferencia. Por ello, más allá de la audiencia importa quién va a buscar información de tal manera que el debate le pueda decir algo que no sabe sobre los candidatos o sus posiciones.
El debate es un evento más en una serie de acontecimientos que suceden durante la campaña electoral. Para efectos prácticos los candidatos están en medios de comunicación todos los días con amplias coberturas noticiosas. Es irónico que en algunos procesos electorales eventos que suceden, incluso en los periodos de intercampaña, pueden ser más relevantes o afectar más.
Lo cierto es que los debates, más allá de los argumentos, terminan siendo pruebas de carácter. Los debates pueden ser informativos o propositivos pero sobre todo revelan la personalidad del candidato en cuestión. Salvo excepciones los debates pueden aportar más información distinta a la que ya tengan los electores.
De hecho en un escenario donde las redes sociales pasan a ser medios que informan de manera permanente, los debates pasan a ser relevantes por la lectura o análisis que se hace de ellos una vez que el evento pasó, no necesariamente del evento en sí mismo o en tiempo real.
Las campañas se van a aprovechar de cualquier error o van a hacer que cualquiera de los sucesos del debate aparezca como error. Editaran cualquier parte de él con la intención de favorecer a su candidato. Por ello los postdebates terminan siendo más visibles o influyentes en el electorado que el propio debate.
Las mediciones de cualquier debate en nuestro país tiene deficiencias metodológicas porque, por su inmediatez, la única forma en que se puede realizar es con una muestra que aspire a ser representativa: una medición telefónica. En esta medición, independientemente de la tasa de no respuesta, ya se está excluyendo al 30 por ciento del electorado.
Sin embargo, esta medición, aun con sus deficiencias, debería de reflejar las preferencias electorales que la ciudadanía ha expresado previamente. Es decir, dado que el debate tiene un impacto tan marginal, por lo menos inmediatamente después del evento, la percepción de mejor ejecución o ganador debería reflejar las preferencias electorales previamente medidas.
En resumen, los debates son un elemento más en la toma de decisiones, no son necesariamente un elemento disruptivo. Es comprensible que haya analistas o consultores que quisieran que este sea un evento fundamental a partir del cual cambie toda la lógica de una elección presidencial. La evidencia no indica lo que ellos quisieran que sucediera.